La historia de la chica que cayó en el foso

Teatro-Municipal-18

Son las diez de la noche del último domingo y acaba de terminar la función. La Orquesta Sinfónica y el Coro Estable de Bahía Blanca tocaron y cantaron obras de Mozart y Beethoven en el Teatro Municipal. Estoy parada entre las butacas, en la fila a paso tortuga que suele haber a la salida, y busco con la mirada a mi gran amiga que cantó esta noche, la soprano Ana Filipich. De repente se escucha un ruido corto y seco de un objeto pesado sobre el piso de madera.

—¡Llamen a una ambulancia! ¡Se cayó una chica en el foso! —grita una de las integrantes de la orquesta que todavía está en el escenario.

Siento una ansiedad llamada «periodismo», una fuerza que me mueve a querer saber qué pasa, a querer saberlo bien y a querer saberlo rápido. Me dispongo a marcar el 911 en mi celular pero veo que otros hacen lo mismo y que varios se amontonan en la primera fila. Escucho que dicen que el foso está a unos dos metros hacia abajo, que la chica no es de la orquesta ni del coro, sino espectadora, y que se apoyó en una baranda que estaba floja.

La integrante de la orquesta vuelve a reportar desde el escenario.

—Está bien, la chica, se levanta. Parecía desmayada pero no. ¿Hay un médico por acá?

En eso entra en escena otro músico, se para al lado de ella y vocifera:

—¡No puede ser! ¿Ven las condiciones en las que trabajamos? Esto se tiene que saber. ¡Alguien se tiene que hacer cargo!

Pasan los minutos y el dramatismo decae. La chica está bien, dicen. Se golpeó la espalda, pero un médico está con ella y la ambulancia viene en camino. Controlo la ansiedad, es momento de retirarme. En la puerta del teatro me cruzo con mi «melliza» —así nos definíamos de chicas, aunque éramos vecinas—: la soprano Ana Filipich.

—Che, boluda, se cayó una chica en el foso —digo.

—Sí, ¿viste? Cuando me dijeron me asomé al foso porque tenía miedo que fuera mi mamá. Con lo despistada que es…

—¿Me acompañás a fumar un pucho?

—Dale.

Salimos a la vereda, nos espera una ola polar. Caminamos unos pasos encorvadas con los brazos cruzados hasta que encontramos reparo en la entrada de un edificio de Alsina. Prendo un cigarrillo y entonces sí, le digo a Anita que la obra fue conmovedora, que me hizo el domingo y que no deje de avisarme cada vez que haya algo así. Pienso que lo que hizo con su voz esta noche —cantó ella sola con dos sopranos más delante de la orquesta y el coro— es una prueba de talento y constancia que me llena de orgullo.

Termino el cigarrillo y me despido. Subo al auto y llego a casa. Al abrir la puerta pego un alarido:

—¡No saben lo que pasó! ¡Una chica se cayó en el foso!

Si en cinco años todavía me acuerdo de esta noche va a ser por eso. Por un momento inesperado que presencié y que además salió en los medios. Pero sobre todo me voy a acordar por la caída en sí. Porque fue una mezcla de blooper con ganas de desgracia y argentinidad al palo —baranda floja en un teatro—, que le pasó a una persona delante de otras: una obra dentro de otra obra. Las historias que más nos llaman la atención y recordamos son esas, las de personas. A lo mejor es la empatía, ¿no? El lugar de un otro que puedo ser yo. Ni las obras de Mozart y Beethoven pueden competir con el recuerdo de algo así.

 

 

3 respuestas a «La historia de la chica que cayó en el foso»

  1. Sabemos que la chica esta bien, por suerte. Gracias por estar siempre, con tu mirada especial que te hace única. Te quiero y feliz día del amigo.

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