Porque esto pasó hace un mes en el Mar Caribe colombiano y suena pretencioso.
Porque había estado haciendo snorkeling durante 10 minutos con mi marido Esteban y tres alemanas y disfrutaba de saberme en el mar abierto sin salvavidas.
Porque de pronto recibí un flash informativo que decía que mis hijas estaban muy lejos.
Porque me faltó el aire y cuando lo salí a buscar una ola me metió agua en la boca.
Porque miré a los costados y Esteban y las alemanas no estaban y la lancha que nos había llevado hasta ahí se había alejado.
Porque grité “¡Ey!” al negro colombiano que la manejaba y no me escuchó.
Porque al llamar al “negro”, además de ponerle un mal nombre reforzaba el estereotipo del sujeto autóctono que miran las mujeres caucásicas como yo cuando están en el Caribe. Porque lo había estado mirando en el trayecto hasta ahí, no tanto por lo alto, flaco y fuerte, sino por los pies, que le habían permitido hacer un equilibrio en la punta de la lancha imposible por darwinismo.
Porque le grité “¡Ayudame!” y estonces sí escuchó.
Porque parado en el borde de la lancha donde estaba me pareció que hacía un gesto de ofuscación con los brazos como diciendo: “No te lo puedo creer esta pelotuda”.
Porque lo vi tirarse al agua de cabeza y venir nadando hacia mí y cruzarse con Esteban que entonces entendió lo que pasaba y braceó a toda velocidad.
Porque llegaron los dos juntos y me agarraron de los brazos.
Porque Esteban dijo “¿Qué te pasa?” y el negro dijo “Se acobardó” y yo no pude decir una palabra, hasta que más que decir suspiré: “Me asusté”.
Porque me empezaron a arrastrar hacia la lancha.
Porque el negro paró y dijo “Espérenme que se me salió la malla”.
Porque tenía un negro desnudo que me nadaba entre las piernas y a Esteban que me sostenía de un brazo y yo que nada, nada, nada, era una soga.
Porque ya con el negro vestido y agarrada del borde de la lancha me pusieron un salvavidas y me dijeron “Flotá boca arriba”.
Porque me cuesta escribir esto y cualquier otra cosa.
Porque estoy harta del ego. Del ego de los otros, del mío. De una época en la que se busca por todos los medios llamar la atención. Por escribir, por bailar, por salir bien en una foto, por tener amor, por viajar, por hacer un comentario político, por tener un ataque de pánico. Hay que llamar la atención.
Porque esta también es una historia de ego y porque espero que un día haya un levantamiento de tímidos.
Porque cuando volví al hotel después del paseo en lancha agradecí con exageración al negro y después caminé y me largué a llorar y le pedí a Esteban que no me soltara la mano.
Porque Esteban me salvó.
Porque al día siguiente yo tomaba sol en la playa y un compañero del negro señaló al negro que estaba ahí cerca y me gritó: “¡Ey! ¡Ahí está tu salvador! ¡Tienes que pagarle la vida! ¡Ya sabrás tú cómo!”.
Porque dije “Sí, sí” y me puse a leer con cara de Sara Kay.
Porque ahora resulta que le tengo miedo al mar o a eso que creo que el mar representa.
Porque al escribir sobre el miedo creo que lo despierto.
Maru me encantó y me llego. Gracias por compartirlo así, tan autentico. Las experiencias si que nos elevan si las vivimos, No?
También me salvó el negro.
Ojalá te explayaras. Suena pornográfico.
Gracias Juli. Me alegro que te haya llegado. Fue un susto padre de los que quedan, onda «alguna vez esto va a pasar en serio».
Muy bueno el relato Maru!!! Me encanta leerte! Suerte que fue sólo un susto y bueno… ahora somos dos la que le tenemos mucho respeto al mar abierto
No sabía que le tenías «mucho respeto». Mirá vos y con toda la familia en el agua. Gracias Euge.
Lo mejor de los ultimos tiempos
Se agredece tantísimo, Ceci.
Maru, que experiencia. La próxima tené mucho cuidado
Próxima sin salvavidas creo que no va a haber.