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((Nota: esta carta fue y vino de este espacio en distintos momentos. Acá suelo escribir cartas a mis hijas y esta es la más fuerte que alguna vez me salió. Quizá por eso la subo, la borro, la cambio y la vuelvo a subir)).
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Hola hijas, soy mamá.
Este año se cumplen ocho años que murió mi abuela, su bisabuela: la abuela Piba. Cuando eso pasó en 2010 vos tenías un mes, Antonia, y vos, María, todavía no habías nacido. Casi no tengo fotos con ella, por eso se las quiero mostrar en texto.
La abuela Piba se parecía a Gollum, de El señor de los anillos. Tenía una cabeza grande, blanca y rubia en cuya cara se amontonaban ojos celestes muy claros y una nariz pequeña . Sufría Paget, una enfermedad que la había dejado sorda y le había deformado los huesos, sobre todo de la cabeza.
—Vení, sentate, vamos a conversar —me decía cuando llegaba a su casa.
Adolfina Eugenia Goetz de González, así se llamaba. Me daba la mano cuando nos sentábamos. Tenía una alianza atrapada entre los pliegues de esa mano.
Fui a su casa todas las mañanas de lunes a viernes mis primeros diez años, mientras mi mamá, su abuela Mimí, iba a trabajar. Desde el moisés hasta bien entrado el Primario. Con la abuela Piba íbamos de la mano a la carnicería, a la panadería. Me enseñó a tejer chalequitos en santa clara. A veces me pedía que le acariciara la sien, que le hiciera pequeños círculos con el dedo. Le dolía la cabeza.
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La abuela Piba vivía con mi abuelo, su bisabuelo, Esteban González. Tenían una casa Newton al 1700 en Villa Mitre, un barrio de Bahía Blanca donde vive mayoría de jubilados y casi todas las casas tienen una puerta, dos ventanas y un portón, todo en el mismo eje, a la calle. Ella se ocupaba de la ropa y la limpieza y mi abuelo de ir a trabajar como vendedor a una mueblería, la Mueblería Bahía Blanca.
Los antepasados de mi abuela eran de la zona de Estrasburgo, Francia, pero ella nunca los conoció. Nació en un campo en Saldungaray, cerca de Sierra de la Ventana. De ahí vino lo de “Piba”. Cuando todavía era chica su papá enfermó y murió. Entonces faltó plata. Las muñecas de la abuela Piba eran de huesos de pollo.
Sin terminar el Secundario se cruzó con mi abuelo, que vivía en Bahía Blanca, se casó y se mudó con él. Tuvo dos hijos, Mimí y Eduardo. La Piba era hermosa, todos lo decían. Los ojos tan claros, el mentón marcado. Era delgada y se cosía sus propios vestidos. Casi todos eran de telas floreadas con un lazo en la cintura.
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La memoria de las mañanas con la abuela Piba tiene el filtro de mi infancia. O sea que está distorsionada. O quizá es al revés, es demasiado clara. Son trozos, momentos sin contexto.
Hay una escena.
Es 1987. Yo tengo 7 años. Estoy en el sillón de la casa de la abuela Piba con mi mamá y mi abuelo. Ellos permanecen callados: las manos cruzadas, la mirada hacia abajo. La abuela Piba no está. Raro, nunca no está. En algún momento me cuentan qué pasa, dónde está. Unas horas antes fue al galpón del fondo, donde hay un mechero para hacer bifes, cerró la puerta y encendió el gas. La encontró el abuelo dormida. La abuela está en el hospital.
Nunca más intentó suicidarse. Tampoco sé cómo —quizá fue y es un mecanismo del ego—, pero creo que yo tuve algo que ver. Ella quería seguir cuidándome en las mañanas.
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A algunos muertos se los empieza a llorar antes de que mueran. Así fue para mí con la abuela Piba. El último tiempo vivió con dos hermanas chaqueñas que mi mamá contrató para que la cuidaran, a ella y a mi abuelo. Al final estuvo en un geriátrico. Él murió un agosto; ella, el abril siguiente.
—Andá a despedirte —me dijeron esa noche.
Yo estaba tan distraída, tan puérpera. Vos acababas de nacer, Antonia, eras mi primera hija y sólo me ocupaba de darte la teta. Manejé, llegué al geriátrico, eran como las 11 de la noche. La abuela Piba estaba dormida, de costado. Le agarré la mano y le dije:
—Gracias.
Ay, puta madre, lo que estoy llorando.
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Pienso mucho en la abuela Piba. La pienso, pero también la celebro, quizá porque vos te parecés, María. Mucho, te parecés, hija, aunque tengas 6 años. El pelo rubio, la mirada. Sos la versión feliz de la abuela Piba. La de juguetes caros en lugar de muñecas de huesos.
Algunas noches me decís:
—Que descanses.
Esa es la abuela Piba que hay en vos. A veces te abrazo y no sé quién abraza a quién. Hay algo atávico en todo esto. Pienso: «Si las personas creemos relatos religiosos, ¿por qué no puedo creer que algo de mi abuela está en mi hija?».
Espero que cuando lean esto no hagan una alharaca psicoanalítica. Tampoco vayan a «constelar» con mi abuela, ¿eh? Bah, qué se yo, hagan lo que quieran. Prometo no volverte loca con esto, María. Pero de verdad: te parecés.
Así que listo, hijas, ya está. Quería que hubiera algo escrito sobre su bisabuela o mejor dicho, la abuela que yo llevo adentro, la que me sale escribir.
Ojalá la vean, aunque no haya foto.
Las quiero,
Mamá.
Lloro con vos y tu relato porque estuve muy cerca tuyo y de ella en esos años. Sé de tu amor eterno, y así como no hay fotos y está esto escrito, María es esa eternidad a la que me refiero. Te quiero mucho.
Sé qué sabés. También te quiero.
No me sale nada. La abuela Piba viva en una hija, intacta, presente, sana, desde un cielo que no existe y por el don de un Dios inventado. Lelé.
Lo que decís. Gracias, Mario.
Seguramente sea como lo decis y sentís….algo de eso hay, en la ternura de Maria hay algo de tu abuela. Imposible olvidar esos ojos azules. Esos recuerdos que tenes son un tesoro!
No sé quién sos, pero si te acordás de los ojos, la conociste. Gracias.
Se me dio por pasear por tu blog, luego de leer el episodio de la yarará. Maru, se me erizan los pelitos del brazo de solo pensar en tu abuela viva en los ojos de tu hijita. Cuánto sentimiento en estas líneas, por favor. Me conmueve, tal vez por no haber conocido a ninguna de mis dos abuelas. Además, ¿abuelo Esteban? Sé que no se trata de eso tu relato pero… a veces me cuesta creer en casualidades. Y por último: ¿conocés Estrasburgo? Si no, y si tenés la posibilidad, no dejes de ir. Es una de las ciudades más lindas y especiales que conozco 🙂 Te mando un beso inmenso!
Pato: gracias por este comentario. Sos muy generosa y leés bien, tal cual lo que una trata de decir. Mi abuelo «Esteban» y mi abuela Adolfina «Eugenia»; raro, no? Conozco Estrasburgo, sí. Fui hace unos cuantos años sola y conocí a una viejita muy viejita pariente de mi abuela Piba que estaba empecinada en que me comiera una manzana. «Pomme, pomme», decía. Al margen: me gustaría conocer Europa como vos. Justo estoy leyendo una novela y en algún momento me hizo acordar: «La lengua alemana», de Julieta Mortati. Una chica que sigue a un chico a Berlín y todo lo que ahí pasa: recomiendo! Bueno, me colgué. Sos una divina y te agradezco un montón.
Nada que agradecer, sabés que me da muchísimo placer leerte! Y gracias por el tip del libro, Maru! Lo voy a buscar ☺️ otro besito.
La conocí a la abuela piba, la tengo clarísima en mi recuerdo. Que lindo lo que contas, me emociona tanto, ahora que soy abuela….
Hola querida Euge, gracias por tu comentario. Espero que estés bien y hablando mucho por webcam con ese nieto hermoso que tenés.
Estas palabras me han llenado de ternura y emoción.
Gracias por compartir.
Un saludo⚘
Gracias a vos por leer, Yvonne. Un abrazo.
hola que lindo todo lo que escribiste! me suena mucho la piba, mi papas tenian una familia aniga en Villa mitre, la piba y erzo, puede ser que ersn tus abuelos? no recuerdo la calle. pero ibamos siemore a la casa, a visitarlos, a comer. erzo era muy amigo de mi papa. si es asi tengo fotos de tu abuelo con mi papá. te mando un abrazo enorme ❤