Fotos: Tona Nantes
Los loros gritan tanto que mis hijas y yo casi no nos escuchamos. Baja el sol en Bahía Blanca y estamos al lado del barranco de Avenida Cabrera, donde se encuentra la única colonia de loros barranqueros urbana del mundo.
—Dame el teléfono —dice Tona, la mayor.
—No, sacá fotos con los ojos.
—Dame.
—No, basta de pantallas.
Interviene María, la más chica:
—Pero mami, le vas a sacar la esperanza.
*
Tona dice que quiere ser fotógrafa y eso en el lenguaje de María es una esperanza. Llevan seis meses de cuarentena sin escuela presencial y viendo amigas sólo de a ratos en la plaza. A lo mejor soy villana —duda de maternidad en pandemia: cómo acompañar infancias sin exponerlas—, pero aún no me animo a dejarlas a hacer mucho más. Sí salen a andar en bici a diario y visitan loros un par de veces a la semana. Porque tal vez, pienso, dado todo, con un poco de este bochinche alcanza.
La colonia de loros barranqueros de Bahía Blanca sorprende por su integración con la ciudad. Junto con el viento, son la banda de sonido local. Plumas verdes, amarillas, rojas. Uno podría suponer que lo suyo es la selva pero no: prefieren una ciudad de extremos climáticos, conservadora y con fama de mala leche. Les gusta. El mejor horario para observarlos es el atardecer. Se apoyan en los cables de media tensión como si sacaran la silla a la vereda para después guardarse en el barranco o en el Parque de Mayo. Su mayor atractivo son los gritos, el quilombo. Son haters. Odian a viva voz. Por eso los amo. Porque si les dedicás un rato te callan A VOS cualquier voz, empezando por la interna. Callan un chat que te cayó para la mierda, un problema laboral, la brutalidad del gobierno para administrar la angustia colectiva que estamos viviendo. Callan el tedio, el odio en las redes, la falta de referentes. Hasta los números de contagios y muertes y la palabra «colapso» callan un rato. No sé si en la ciudad hay algo más vital que este barranco.
*

En seis meses no llegué a ninguna conclusión sobre la pandemia y el mundo. Más bien tuve el manejo emocional de un jején y un insomnio atroz. Sin embargo a algunos días malos los mejoré con belleza. Esto es: un cielo, la autobiografía de André Agassi, esto, un árbol brotado. La belleza serena.
*
—¡A los loros!
Así es la convocatoria en casa. Lo que significa apagar dispositivos y trasladarnos en bici o a pie seis cuadras hasta el barranco. Sin Zoom, redes sociales, plataforma del colegio, mails, Minecraft, reportes oficiales, nada.
A los loros.
Tanto Terminator de chica y al final los robots ahora somos nosotros.
*
Me olvidé cómo se charla. Yo era una chica entrenada en el cara a cara. En la puerta del colegio, en Cerri, yo charlaba, escuchaba, mantenía la mirada. Ahora callo. También por escrito. Hasta hace poco escribía, lo que podía, lo que me salía, pero escribía. La última vez que escribí acá llevábamos seis semanas de cuarentena, hoy cumplimos seis meses. Me repito. Los mismos párrafos cortos, los mismos trucos. Trato de que el principio vuelva al final, desdramatizo la línea que pica. Me conozco. Le huyo a la autoayuda y al final caigo en alguna forma del abominable «sé feliz». Pero bueno, acá estoy, hoy sí puedo, con los loros puedo.
*
La pandemia va a pasar. Aunque sean uno, dos años más, va a pasar. Ojalá y pese a lo oscuro y desigual que cada uno vive todo esto cada vez seamos más los que encontremos un barranco con loros. Algo. Una esperanza. La necesitamos.
Muy buen relato Maru, como siempre, hacen que el lector lo viva, lo sienta. los loros de ese sector son bonitos. Antoñita disfruta sacando fotos junto a tu mami y vos María plantea que no se puede perder la esperanza. Muy bien mis tres bonitas. Las quiero!!!!
Gracias! 🦜😃