“¿Cómo anda la muchachada?”
Así saluda Roberto Rossi, el profesor de sexto grado de mi hija mayor, Antonia. Tiene cincuenta y algo y llegó como maestro nuevo al Colegio Don Bosco de Bahía Blanca en marzo de 2020 en lo que parecía un año académico como cualquier otro. Se mantuvo al frente del mismo curso en 2021 hasta ahora que los chicos se van de viaje de egresados a Monte Hermoso. Parece un Papá Noel de primario sin panza ni rojo, pero con barba.
Siento pudor porque escribir esto acá no fue consensuado con las madres (y un padre) del chat, órgano plenipotenciario de democracia directa de la vida escolar, y porque en verdad no sé si estoy tratando de describir a Roberto o de proyectar en él una síntesis de lo que significó atravesar la pandemia con dos hijas chicas.
Escuché muchas veces a Roberto dar clases online. Durante la cuarentena yo trabajaba cerca de Antonia y en la época en que había una semana clase presencial y otra virtual le escuchaba decir cosas como estas:
“Hoy vine con dos zapatos distintos a la escuela y si no me decían no me daba cuenta. Es que me levanto muy temprano y como mi familia ya me tiró la bronca de que hago mucho ruido trato de hacer todo despacito; hoy entré a la pieza y estaba todo oscuro y manoteé lo que pude, qué va ser”.
O:
“Esta semana practicamos operaciones con fracciones por acá —online—, pero la semana que viene los agarro en la escuela y les dejo los dedos mochos”.
El año pasado escribí en este espacio sobre la maestra de mi hija menor, Marianela, y hoy también diría cosas buenas sobre el que le tocó este año, Hernán. Tal vez algunos maestros sean de los mejores espejos por donde mirarnos después de lo que vivimos estos últimos casi dos años.
Creo que si cruzo sin barbijo a Roberto no lo conozco. Sólo hablé con él una vez por escrito en el que le envié una carta por un tema de Antonia. Me dijo que se había dado cuenta, que la había notado “caidita” y se había acercado, pero que ella no le había querido contar. A los pocos días le mandó por correo un libro de astronomía, porque sabía que le gustaban los planetas.
Hoy los chicos le piden que vaya a compartir aunque sea un día con ellos el viaje de egresados. Roberto fue director de una escuela en el Barrio Colón y ahora aparte de trabajar en Don Bosco da clases a adultos los fines de semana.
Desafío a todos los chicos de sexto y a todos sus padres a que se olviden de Roberto. A que no pueden. Nos tuvo desde el minuto uno con “muchachada”.
En pocas semanas Antonia cambia de colegio, de nivel, de todo, y si es como suele pasar, que a cada cambio de cualquier cosa uno lo recuerda por cómo termina, yo estoy encantada de que el final del primario de mi hija y un poco también de la pandemia quede con la imagen de este Papá Noel escolar medio astronauta con barba, barbijo y máscara.
Me hiciste llorar ..sos una genia…feliz de tenerte como mamá del grupo…
Gracias Maira linda. 😘
Precioso relato Maru, como siempre. Esta vez sentido porque soy partícipe de tener el lujo este gran maestro que se llama ROBERTO
Gracias Mari. A las nenas les tocaron algunos docentes poderosos, de los que pum, se graban. Fiorella, te acordás? Y Hernán ni hablemos.
Me dieron ganas de tomar unos mates con Roberto, entiendo que es “de esos maestros que se quedan bien guardados en el corazon”
Sí, y además se cruza con los chicos en una etapa de traspaso; de crisis, incluso. No puedo evitar la comparación de lo que fue tener 11, 12.
Extraordinario
Gracias Maru por como describiste al Maestro de Antonia y la referencia a Hernan. Sabés? Me encantan los Maestros, me recuerdan al que tuve en 5° grado cuando era niña y han pasado muchos años.
Siento emoción, sano orgullo y agradezco a la vida cuando leo tus escritos.
Te quiero hija. Bendiciones!!!
Bravo por los Maestros Roberto y Hernán!!!
Gracias 😘