Experiencia hormiguero

Fotos del grupo “Experiencia Yoga Pehuen Có”

Cinco hormigas caminan por un mat de yoga hacia un pedazo de budín. Lo levantan y reparten el peso en andas. Se detienen al llegar al abismo de un centímetro con el suelo. Una de las hormigas baja, inspecciona y avisa a las demás que está todo ok y de ahí van juntas al hormiguero.

Somos 20 semi desconocidos en una experiencia de yoga de tres días en el Bosque Encantado de Pehuen Có. Nos despertamos a las 6 cada uno en su carpa, caminamos e hicimos una serie de 12 posturas que terminó en Sirsasana, la invertida de cabeza. Ahora desayunamos en el suelo mate con torta vegana y pan dulce de masa madre. Yo ofrezco galletitas Frutigran, o sea, veneno. Están fabricadas con espiritualidad, Granix es de la Iglesia Adventista, pero nadie las come y yo tampoco. Son del supermercado vil.

Nos une Atma, el centro de yoga al que voy hace 12 años y cuya creadora, Alexandra (Ale) Di Nardo, coordinó este encuentro. También la fascinación por la pareja de Erica Utreras y Diego Prada o Anuvilas (Anu) y Damodar, quienes en sucesivos viajes a la India que hicieron hasta el año pasado aprendieron técnicas de yoga y meditación y una forma de concebir la espiritualidad hindú que ahora comparten acá.

Observamos a las hormigas en el suelo. Son cientos de miles del tipo rechoncho yendo y viniendo por autopistas. Tienen Dirección de Tránsito y respetan la mano derecha e izquierda. Levantan 100 veces su peso, dicen. Creo que no pican. Igual me autopercibo en estado de bienaventuranza y si siento un pinchazo me limito a correrme despacio.

Meditación temprano a la mañana.

Cerca de las carpas hay un médano con bosque tupido y un gran eucaliptus en la punta y veo que Anu y Damodar están ahí. Voy. Paso por debajo de un alambrado y subo. Me avisan que haremos media hora de meditación silenciosa. Pero por favor, ningún problema. Coloco mi columna todo lo derecha que me permite mi escoliosis de 30 grados de curvatura y hago el cruce de piernas que practiqué todo este 2021 pandémico en encuentros semanales con ellos y sola en casa a diario.

Me siento orgullosa porque traje mantita acá al Monte Sinaí y Anu no, lo que significa que la vamos a compartir y voy a poder meditar con la profesora que tanto me inspira al lado.

Por suerte además tenemos Off. Se escucha un zumbido como el de abejas, pero son moscas. Igual el grupo comando no es de ellas ni tampoco de hormigas, sino de jejenes.

Desde que volvimos de la práctica de yoga de esta mañana en la playa a todos nos pica la cabeza. Y la espalda y el cuello y además tenemos ronchas. Barajamos entre 4 y 18 opciones hasta que concluimos que no es el agua de mar, el Off ni el protector. Nos rascamos la cabeza con una desesperación no apropiada para un retiro de yoga.

Camping en el Bosque Encantado de Pehuen Có.

Pero meditar me rescata. La noche anterior, que fue la primera, no dormí. A ver: ni un minuto, dormí, nada. Fue todo dar vueltas y rumiar en mis pensamientos. Asumí que la cosa venía así y dije ok, estoy sola en una carpa en un bosque, a favor. Hasta que a eso de las 05:00 se empezaron a escuchar pájaros ajenos a los que creía que podían cantar en este lado del continente y me levanté.

Más de 12 horas después sigo despierta y me siento algo agobiada y cerca del mal humor. Meditar con Anu al lado me revitaliza.

El escritor francés Emmanuel Carrère, cuyo último libro Yoga me avergüenza estar copiando un poco de manera infantil acá —parte de su historia transcurre en un retiro budista Vipassana—, dice: “Los que practican artes marciales, los adeptos del zen, del yoga de la meditación, de esas grandes cosas luminosas y bienhechoras, no son necesariamente sabios ni personas tranquilas, apaciguadas ni serenas, sino algunas veces, o más bien a menudo, gente como yo, patéticamente neurótica y eso no es un obstáculo”.

Desayuno después de la práctica.

Biodanza es la práctica que guía Ale de Atma y en estos días hacemos tres. “De biodanza no se habla, queda en la experiencia”, dice ella. Hago caso y callo, pero se me antoja mencionar su reverso, es decir, El club de la pelea. En esa película Brad Pitt organiza peleas anónimas y colectivas y al final de cada una dice que lo que pasa en el club de la pelea, queda en el club de la pelea. Bueno, biodanza es al revés —una de las chicas, Estefi, la define como sentir el amor disponible—, pero me sorprende el parecido con la película en lo de dejar que la experiencia se macere en silencio.

Con Anu y Damodar.

La última noche participamos de una Ceremonia de fuego. Anu y Damodar estuvieron en decenas, capaz cientos, de estas. Se ven tan hermosos con sus ropas hindúes y cantando mantras en sánscrito a la luz del fuego. Me cuesta despegarme de la idea de cómo se ve esto de afuera. Andá a contarle a tu entorno cristiano, pienso. Al final Anu y Damodar nos pintan a cada uno dos puntos en la frente. Todo tiene un significado y un nombre; esto también. No retengo casi ninguno, pero como siempre con ellos, me adapto y disfruto.

Ceremonia de fuego.

Cenamos. Por favor el manjar. Paquetes de verduras envueltos en papel de aluminio hechos a la parrilla. Los hicimos las mujeres antes de la ceremonia. Estábamos hermosas, nosotras. Acaloradas, completas desconocidas, riéndonos de pavadas y envolviendo paquetes.

Nosotras.

Más vale que duerma, pienso. Voy al baño del camping, me lavo los dientes y meto en la carpa. Es tan chiquita mi carpa que parece un ataúd de nylon. Me pongo de costado y entonces sí, muero. Por cinco o seis horas permanezco envasada al vacío. Hasta que a las 6 Damodar toca una caracola que suena parecido a la bocina de un tren y digo “uy”.

En esta.

El último día domingo es de yoga, lectura y conversación. Hablamos sobre cómo llevar una vida espiritual en la ciudad, sobre el ego. Anu y Damodar citan a su maestro: “Si nos sentimos incómodos estamos en el ego, si nos sentimos seremos estamos en ser”. Una de las chicas, Belén —qué belleza descubrir lucidez en personas desconocidas—, salta con una pregunta tranqui.

—¿Y dónde está el sentido?

Responden los dos juntos.

—En el servicio.

Sobre el mat de yoga.

Nos despedimos. Vuelvo en la ruta con otra de las chicas, Lorena, que también me trajo. Sentimos que hace una semana que estamos juntas. Lloró mucho Lorena estos días; yo también, pero lo de ella fue conmovedor. Me deja en casa.

Las nenas y Esteban llegaron hace poco. Ellos también pasearon el fin de semana. Tona fue a Sierra de la Ventana con su grupo de escalada a subir montañas y bañarse en piletones y Esteban y María acamparon y caminaron entre las sierras hasta un lugar llamado Olla del Napostá, donde hay otro piletón con cascada y María se tiró bomba.

Hablo con Esteban sobre las hormigas. Le cuento lo que hicieron en el mat con el pedazo de budín. Él dice que sí, que es impresionante, que el hormiguero funciona como un superorganismo vivo y las hormigas actúan como una unidad.

Me hace acordar a esa expresión budista que ahora busco y copio: “El hombre que se considera superior, inferior e incluso igual que otro hombre, no comprende la realidad”.

Tal vez esta experiencia de yoga fue tan poderosa por eso, porque se acercó a esa unidad. Seguro el bosque y la playa y las prácticas de introspección tuvieron que ver, pero a lo mejor hubo algo más, un impulso primario e intuitivo asociado a la conexión. Algo así como una sensación de hormiguero.

2 respuestas a «Experiencia hormiguero»

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