La ducha argentina

Aparte de un estornudo, los primeros segundos de una ducha con agua caliente en la espalda son lo más parecido que hay a un orgasmo: los ojos cerrados, el entrecejo relajado, la pequeña muerte. Pero si lo deseamos, en Argentina podemos quedarnos en ese estado de placer durante diez, doce, quince minutos o más. El límite lo pone el termotanque. Yo, al menos, lo tengo cronometrado. Prendo la canilla y mientras se atempera el agua, quizá por empatía con el sonido, hago pis. Entonces entro a la ducha, sintonizo el calor y doy la espalda. Shampoo, crema de enjuague. Después cierro la canilla un momento: lo hago para dar tiempo a que el pelo absorba la palta y el aceite de caléndula, pero sobre todo para evitar que el agua se enfríe. Mientras tanto, jabón. Abro la canilla de nuevo, enjuago y después sí, cuatro o cinco minutos de calor máximo, pensando en si me pasé de firme con un cliente, en el nene que empujó a mi hija en la escuela o en qué voy a hacer para cenar. Y al fin cierro la canilla por última vez. Doce minutos. Algo así como 160 litros de agua y unos 0,4 metros cúbicos de gas.

La clase media y alta urbana argentina puede ducharse el doble de tiempo (o más) que lo que aconseja la Organización Mundial de la Salud (OMS), que dice que “la ducha debe limitarse a cinco minutos para un uso sostenible de agua y energía que no supere los 95 litros de agua de consumo medio diario”.  Pero acostumbrados a más de una década de tarifas subsidiadas por el Estado nacional y precios que, sobre todo, beneficiaron a los más ricos (porque son los que más consumen), ¿tenemos percepción del derroche de energía que supone una típica ducha argentina? Ahora que la invasión rusa en Ucrania lleva a Europa a una crisis energética tan seria que el gobierno de Suiza, por ejemplo, pide a la gente que se duche de a dos, quizá haya algo distinto que pensar en la ducha.

Ponele gas

Hay motivos para que percibamos a la ducha larga en particular y al consumo de energía en general como algo dado, casi como prerrogativa, sin preocuparnos por el costo. Pero esto va a cambiar. De hecho, el gobierno argentino dispuso una quita progresiva de subsidios para quienes tienen mayor poder adquisitivo. Por el momento, los cuadros tarifarios son intrincados y el calculador de consumos ni siquiera está disponible. “Estamos trabajando para actualizar con las nuevas tarifas vigentes”, dice en su web el Ente Nacional Regulador del Gas (ENARGAS). Pero por ejemplo, a mí, que vivo en Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires —ciudad que está en “Régimen de Zona Fría” y con descuento del 30% al consumidor final— el gas para calentar una ducha en agosto 2022 me salió 3,11 pesos, considerando el propio consumo y los gastos de transporte, distribución e impuestos. Nada más que 0,02 centavos de dólar por un buen rato de pensamiento rumiante en remojo.

Por otro lado, si hay un costo ambiental en estas duchas, tampoco lo vemos. En mayo de 2022 la consultora Synopsis estudió cuáles son las “preocupaciones argentinas” a partir de una base de casi 1.500 casos, y la ecología no está. A los argentinos nos aflige por sobre todas las cosas la inflación, y luego la corrupción, el desempleo, la inseguridad y la educación. Hace unos años lo entendí con un cachetazo web. Comenté un artículo sobre energía de la revista Rolling Stone —puse que subsidiar energía sin distinción llevaba a derroches de recursos naturales— y alguien respondió: “Qué puede saber esta cheta”. Nunca lo olvidé, quizá porque poco después pensé lo mismo de una conocida cuando la escuché hablar sobre contaminación y veganismo. Pero lo cierto es que, más allá de nuestros sesgos de clase y nuestras prioridades de país empobrecido, el cambio climático existe. El último verano, en mi ciudad, hubo una ola de calor que se consideró la peor de la que se tenga registro en tres siglos.

Explicado por la NASA, se lee así: el clima ha cambiado a lo largo de la historia, pero desde mediados del siglo XX el calentamiento observado con satélites es de especial relevancia y atribuible en más de un 95 por ciento a la actividad humana. En otras palabras, la producción de la energía que necesitamos para darnos una ducha tan larga proviene en su mayoría de fuentes fósiles cuya producción contamina. En el caso del gas natural de Argentina, encima, no sólo proviene de cuencas hidrocarburíferas propias, sino que un porcentaje del gas que se utiliza en invierno debe ser importado como Gas Natural Licuado (GNL) desde Bolivia y a un precio de guerra tan alto que en el último invierno representó para el Estado argentino un promedio de casi 2.000 millones de dólares mensuales. Chimeneas, plantas, buques regasificadores y la foto de un pingüino empetrolado.

Los efectos de la guerra

¿Y la guerra? Para Argentina, la invasión rusa es tan remota en tiempo y espacio —comenzó hace una eternidad, siete meses— que en lo que hace a energía sólo nos queda consumirla retaceada en títulos como “Ciudades alemanas imponen duchas frías” o incluso banalizada, al estilo de “Coduching: en Suiza comparten la ducha para ahorrar energía”. Expertos en mercados mundiales de la energía, sin embargo, dicen que la crisis en Europa es mucho más seria. La guerra en Ucrania sacudió a decenas de países, pero en Europa supuso la interrupción de envíos de gas natural ruso que hasta 2021 representaban el 40 por ciento del total. De ahí los pedidos desesperados de los gobiernos europeos para que la población ahorre energía.

En Argentina, en cambio, no hubo un llamado equivalente. De hecho, ni siquiera en el pico del invierno ni durante la discusión pública sobre las tarifas se centró el asunto en mucho más que en política económica doméstica. Así, somos eco-impertinentes, pero con razones válidas: nuestras prioridades son otras y en buena parte del país estamos habituados a la energía barata.

Quién sabe, tal vez la mera posibilidad de darnos una ducha tan larga hasta tenga potencial de meme y se convierta en birome, en dulce de leche, en motivo para pavonear en alguna red social. Pero tal vez no y, conforme aumenten las tarifas en forma progresiva, tengamos que acostumbrarnos a duchas más cortas. Para bien o para mal, no hay rigor ambiental más efectivo que el que impone la economía capitalista. Puede que no lleguen a sugerirnos ducharnos de a dos, pero sí que nos tengamos que limitar a esos primeros segundos de orgasmo con el jabón y el enjuague, sin la parte del parloteo mental.

Este texto fue escrito en el “Laboratorio de Ensayo” que coordina Nicolás Mavrakis.

Anuncio publicitario

2 respuestas a «La ducha argentina»

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s